viernes, 29 de agosto de 2014

PESSOA LEM Estanco Solaris nada

El verano es una inmejorable ocasión para enfrentarnos a nuestra nada y dejar que una liviandad aparente descubra el estado de grávido  y azaroso desastre que nos arrastra. 

Y para ello se han enlazado por casualidad dos ventanas literarias universales: Estanco (Tabacaria y otros poemas de Pessoa) y Solaris (la magistral ciencia ficción de Stanislav Lem).




La ejemplar antología de poemas del portugués Fernando Pessoa, traducida, seleccionada y prologada por Ángel Campos Pámpano (Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores, 2013), con la que he cargado, a pesar de su volumen, por las calles de Lisboa, me comenzó trasmitiendo su potencia reveladora con la declamación del largo e intenso ESTANCO.

La "ventana" a la que se asoma el fracasado escritor acabó enfrentándose, a la vuelta del viaje, con la de la "Estación espacial" por la que se divisa el océano de Solaris, planeta que da título a la novela de Lem, también leída en otra preciosa edición de Círculo de Lectores, por cortesía de Ediciones Minotauro.

                                        

Así comienzan los famosos versos de ESTANCO:


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte  de esto, tengo en mí
todos los sueños del mundo.

Y termina curiosamente SOLARIS:


No sabía nada,
y me empecinaba en creer
que el tiempo de los milagros crueles
aún no había terminado.

Este científico y valiente expedicionario de abismos acreciente su atractivo humando cuando es seducido por tales milagros y en particular al enamorarse de una creación imposible que hasta le muestra su voluntad de desaparecer y le confiesa:

                                                 


Me parece sin embargo,
que pienso como cualquier ser humano...
¡y no sé nada!
Si esa cosa desconocida estuviera
pensando en mi cabeza,
yo lo sabría todo.
Y no te querría.
Representaría una comedia,
pero de modo deliberado.

El escritor del poema de Pessoa invoca en su habitáculo:


Esclavos por el corazón de las estrellas,
conquistamos el mundo entero
antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
más el sistema solar,
y la Vía Láctea y lo Indefinido.



El viaje espacial de SOLARIS especula con un dios imperfecto e inmanente de la materia, al que atribuye un destino que parece cruzarse con el de aquel escritor:


Un dios que ha creado relojes,
pero no el tiempo que ellos miden.
Ha creado sistemas y mecanismos,
con fines específicos,
que han sido traicionados.
Ha creado la eternidad,
que sería la medida de un poder infinito,
y que mide sólo una infinita derrota.

Parecen aunarse tales obras en un canto al fracaso, como algo esencialmente humano, pues quizá del mismo nazcan los descubrimientos, los sueños y hasta el amor por la vida.



En ambas hay un escepticismo fundamental acerca del "contacto", sobre cuya fe en su autenticidad se discute, y, así, en Solaris, otro científico señala:


Nos consideramos los cabelleros
del Santo Contacto. Es otra mentira...
Buscamos una imagen ideal
de nuestro propio mundo;
partimos en busca de otro planeta, 
de una civilización superior a la nuestra,
pero desarrollada de acuerdo
con un prototipo: nuestro pasado.

En ESTANCO el escritor reflexiona sobre otro exterior pero desconfía también del mismo, como ejemplifica su final, tras hacerse patente así una mínima relación con el estanquero:

Gesticula un saludo,
le grito ¡Adios Esteves!,
y el universo se reconstruye en mí
sin ideal ni esperanza,
y el Dueño del Estanco sonríe.

Quizás el mayor fracaso se produce en esto (el contacto, la sonrisa...) cuando sí que resulta el mayor de los "imposibles necesarios" del que la soledad no nos libra, ni nos puede librar, porque es la vida inmanente de nuestros sueños, en los que se nos muestra la más profunda humanidad.