Y para ello se han enlazado por casualidad dos ventanas literarias universales: Estanco (Tabacaria y otros poemas de Pessoa) y Solaris (la magistral ciencia ficción de Stanislav Lem).
La ejemplar antología de poemas del portugués Fernando Pessoa, traducida, seleccionada y prologada por Ángel Campos Pámpano (Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores, 2013), con la que he cargado, a pesar de su volumen, por las calles de Lisboa, me comenzó trasmitiendo su potencia reveladora con la declamación del largo e intenso ESTANCO.
La "ventana" a la que se asoma el fracasado escritor acabó enfrentándose, a la vuelta del viaje, con la de la "Estación espacial" por la que se divisa el océano de Solaris, planeta que da título a la novela de Lem, también leída en otra preciosa edición de Círculo de Lectores, por cortesía de Ediciones Minotauro.
Así comienzan los famosos versos de ESTANCO:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí
todos los sueños del mundo.
Y termina curiosamente SOLARIS:
No sabía nada,
y me empecinaba en creer
que el tiempo de los milagros crueles
aún no había terminado.
Este científico y valiente expedicionario de abismos acreciente su atractivo humando cuando es seducido por tales milagros y en particular al enamorarse de una creación imposible que hasta le muestra su voluntad de desaparecer y le confiesa:
Me parece sin embargo,
que pienso como cualquier ser humano...
¡y no sé nada!
Si esa cosa desconocida estuviera
pensando en mi cabeza,
yo lo sabría todo.
Y no te querría.
Representaría una comedia,
pero de modo deliberado.
El escritor del poema de Pessoa invoca en su habitáculo:
Esclavos por el corazón de las estrellas,
conquistamos el mundo entero
antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
más el sistema solar,
y la Vía Láctea y lo Indefinido.
El viaje espacial de SOLARIS especula con un dios imperfecto e inmanente de la materia, al que atribuye un destino que parece cruzarse con el de aquel escritor:
Un dios que ha creado relojes,
pero no el tiempo que ellos miden.
Ha creado sistemas y mecanismos,
con fines específicos,
que han sido traicionados.
Ha creado la eternidad,
que sería la medida de un poder infinito,
y que mide sólo una infinita derrota.
Parecen aunarse tales obras en un canto al fracaso, como algo esencialmente humano, pues quizá del mismo nazcan los descubrimientos, los sueños y hasta el amor por la vida.
En ambas hay un escepticismo fundamental acerca del "contacto", sobre cuya fe en su autenticidad se discute, y, así, en Solaris, otro científico señala:
Nos consideramos los cabelleros
del Santo Contacto. Es otra mentira...
Buscamos una imagen ideal
de nuestro propio mundo;
partimos en busca de otro planeta,
de una civilización superior a la nuestra,
pero desarrollada de acuerdo
con un prototipo: nuestro pasado.
En ESTANCO el escritor reflexiona sobre otro exterior pero desconfía también del mismo, como ejemplifica su final, tras hacerse patente así una mínima relación con el estanquero:
Gesticula un saludo,
le grito ¡Adios Esteves!,
y el universo se reconstruye en mí
sin ideal ni esperanza,
y el Dueño del Estanco sonríe.